Como parte del imperio familiar, vivía en el lujo. Luego empezaron a surgir las dudas.
Hace casi 15 años, en una costa afuera de Atenas, Grecia, me sentía completamente confiado en mi relación con el Señor y mi trayectoria ministerial. Viajaba por el mundo en un jet privado de Gulfstream haciendo el ministerio del “evangelio” y disfrutando de cada lujo que el dinero podía comprar. Después de un vuelo cómodo y mi comida favorita (lasaña) hecha por nuestro chef personal, nos preparamos para un viaje ministerial descansando en el Grand Resort: Lagonissi. Con mi propia villa con vista al mar, con piscina privada y más de 2.000 pies cuadrados de espacio habitable, me encaramé en las rocas sobre el borde del agua y me regocijé en la vida que estaba viviendo. Después de todo, yo estaba sirviendo a Jesucristo y viviendo la vida abundante que él prometió.
Poco sabía yo que esta costa era parte del mar Egeo, las mismas aguas que el apóstol Pablo navegó mientras difundió el evangelio de Jesucristo. Había un solo problema: no estábamos predicando el mismo evangelio que Pablo.
Estilo de vida lujoso
Crecer en el imperio de la familia Hinn era como pertenecer a algún híbrido de la familia real y la mafia. Nuestro estilo de vida era lujoso, nuestra lealtad se imponía, y nuestra versión del evangelio era un gran negocio. Aunque Jesucristo era todavía parte de nuestro evangelio, era más un genio mágico que el Rey de Reyes. Frotándolo de la manera correcta —dando dinero y teniendo suficiente fe— desbloquearía su herencia espiritual. El objetivo de Dios no era su gloria sino nuestra ganancia. Su gracia no …
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